Ser arrancado duele. Abrir los ojos cada mañana, despertar, es casi una tortura. En un instante se sabe que hay algo fuera del vacío, la oscuridad no perdura, no se puede dormir para siempre.
La conciencia es escupida por ahí, ninguna explicación; no hay señales familiares en ninguna parte, recuerdos que le den sentido a la tragedia. Se desborda atropelladamente, un torrente de imágenes, sonidos, canciones, una voz llamando por el nombre, el recuerdo de la piel caliente porque el sol brilló justo encima; caminos por los que se anduvo, personas con las que se habló, el paisaje de la ciudad a través de una ventana en movimiento, las sábanas sosteniendo el cuerpo.
Dormía.
Esos recuerdos vienen en mi auxilio, pero no necesito rescate. Con la aún borrosa claridad recientemente recuperada, empiezo a saber; se incrementa la tortura. Sé que me esperan largas horas de desasosiego. Iré de un lado a otro sin hacer nada en particular, con la sensación fresca de la almohada en mi mejilla izquierda, las cobijas protegiéndome, la cama… ay mi cama, lugar originario de la tranquilidad que me ofrece la posibilidad de no ser.
El viento estuvo revoloteando tranquilamente por el lugar, sin pensar en los números del tiempo, porque el viento no piensa y el tiempo no tiene números. Dejaba una sutil pero perceptible marca de su trayectoria; se desvanecía lentamente, casi parecía que no se desvanecía en absoluto. Entonces se amontonaban capas y capas de líneas, hilos en todas direcciones, arriba, al lado, a través. No era una acumulación desordenada, aunque el rastro no seguía ningún patrón, cada línea y punto ocupaba el lugar que le correspondía. Y un haz de luz brillaba alrededor, iluminando la consciencia, dando la respuesta. No es ningún secreto: la respuesta es que no hay respuesta.
En esa tranquilidad de saber que no había nada que buscar, nada que encontrar, nada que hacer y nada que ser, la luz colmó todo, los trazos se confundieron y ya no son trazos sino pura luz. Y mientras floto por la vida con resignación, la huella de esos trazos se dibuja en mis párpados cuando cierro los ojos. Sigo, seguir, sigamos.
Contenedor y contenido tiemblan violentamente, las articulaciones rechinan, las paredes parece que se caen encima, las sombras apresan el aire alrededor y no se puede respirar, no se puede parpadear, volver a cerrar los ojos. Un desagradable impulso eléctrico recorre la espina dorsal, aplastada por la izquierda, no puede moverse, la saliva detenida a la mitad del camino.
Cualquier movimiento en falso y perecerá con la desesperación reflejada en los ojos. Debe levantarse, pero no puede, los brazos son como dos naufragios que palpitan en un terremoto submarino, igual que el corazón que late insoportable. Desanudar una pierna es muy difícil, pesa, duele y acalora; no hay lugar para el derrumbe, es indispensable moverse y respirar. Lamentablemente es indispensable vivir.
1
2

3